domingo, 29 de noviembre de 2009

The Prestige (Capítulo VIII)

Del Honor Reconocido
(part II)
Las estrellas comenzaban a brillar en el cielo de un atardecer despejado, prometiendo una noche clara sin amenazas de tormentas, y los últimos comerciantes del pueblo sentían el deber de retrasar sus transacciones a fin de propagar el rumor. Alguien nuevo había llegado a la aldea, y si bien al principio se había ocultado toda referencia del peregrino, nada pudo hacerse en cuanto los guardias de la Ultima Colonia de Neredyl lo transportaron en una camilla hacia una tienda.

Revolucionados y curiosos, los habitantes se encontraron expectantes afuera de la misma, hasta que el señor de la ciudad apareció ante ellos y les pidió que conservaran la calma y redujeran el chisme ocasionado por la novedad. Dejando la turba conglomerada tras sus pasos, entró en dicha tienda comprobando con sus propios ojos que tal rumor era cierto.

Despacio, zarandeó apenas el hombro del que descansaba inconsciente, quien poco a poco fue recobrando el sentido hasta levantar por completo sus párpados.

- Tengo dos preguntas para haceros, mi señor. La primera es cómo llegasteis hasta nosotros, y la segunda es ¿cuándo dejasteis de estar muerto?
- Tal vez habéis perdido la ciudad, pero no habéis perdido el sentido del humor, Desmond. – y aun sin vigor, Maurice abrazó al dueño de aquellas preguntas, que tan feliz le hacía volver a verlo.

Una hora después, Maurice se encontraba con sus fuerzas renovadas. Alojado en una casa hecha de barro y hojarasca, había podido alimentarse y lavar la suciedad de sus ropas. Algaraz, su corcel, que descansaba afuera sobre la yesca, advirtió una sombra extraña acercándose y enseguida alertó a su amo dando un relincho.

- Es un buen animal. – le dijo Desmond al vampiro, quien lo invitaba a pasar.
- Increíble que aun me quiera; lo hice sufrir mucho estos días… pero ponte cómodo; como en tu casa… - ironizó.

Maurice aprovechó el silencio muerto entre ambos para poner unas hierbas al fuego y preparar un té. A su vez, en su camarada giraba el desconcierto, temeroso de decir lo que era su deber. El vampiro lo sintió dubitativo, por lo que al poner las tazas sobre una mesa vieja y desvencijada por el tiempo, hizo uso de su más linda facultad, siendo esta el habla.

- Dados los años de lealtad que me habéis tenido, necesito que seáis sincero y echadme en cara mi falta. He abandonado Neredyl en manos de Nicholai, que por lo visto no ha hecho ningún bien. Pero aun así, han sabido sobreponerse, y se encuentran aquí, ocultos del mundo y de sus avances. Sois sin duda un buen señor para ellos.
- No fue fácil, Maurice. A tu partida supe que el imperio comenzaría su decadencia. Nicholai hizo lo que quiso, portándose como un chiquillo irrespetuoso a vuestras normas y conductas, atrayendo el mal a la ciudad.
- ¿Que ha pasado? ¿Por qué la obra de un siglo ha caído en solo un día? – preguntó, con una astilla de dolor en su interior.
- Nos tomó por sorpresa, desprevenidos y desarmados. Cuando nos quisimos dar cuenta, teníamos tres hordas diferentes de demonios derribando las murallas, una bola de fuego sobre nuestras cabezas y a un ejército de vampiros pidiéndonos con sorna que nos rindiéramos.
- ¿Y Nicholai?
- Invocando más terror. Por lo que pude escuchar y apreciar, pidió ayuda a los duques del Caos y estos se la negaron. Un poco más tarde, cuando ya no quedaba nada por hacer, lo vimos escapar con tu mujer por la colina, desesperado, seguido por los traidores que nos dejaron a mí y a unos cuantos pocos más, defendiendo lo indefendible.

La ira y la impotencia, reflejadas con esmero en la voz de Desmond, hicieron surgir en Maurice los deseos de venganza. Ya no la ejecutaría solo por razones personales; ahora tenía más de un honor que resarcir y más sangre que limpiar de la impudicia derramada; solo después de su misión, las almas de aquellos héroes podrían obtener la paz.

- ¿Qué sucedió después?
- Más cobardía. Cuando pudimos asentarnos en el sur, Nicholai reapareció pidiéndonos un lugar para ocultarse. Y nosotros que no aprendemos a decir que no, se lo dimos.

Maurice sonrió reconociéndose culpable de tal ideología. Neredyl era el reino de la segunda oportunidad, donde el emperador medía las virtudes por encima de los defectos y habilitaba la entrada.

- No me digas nada; volvió a escapar.
- En efecto. Ante la primera invasión, desapareció sin dejar rastros.
- ¿Y quienes los irrumpieron esta vez?
- Unos feudos que todavía se creían en la edad media. Nada grave, pero nos obligaron a levantar nuestras pertenencias y a marcharnos de allí.

El vampiro sopesó que no podrían continuar la descendencia de la antigua Neredyl con esa forma de vida tan nómade.

- Dime, Desmond, buen amigo, ¿has considerado mudarte a las grandes ciudades? Están Paris, Marne… ¡Londres incluso!
- ¿Y qué haríamos allí? ¿Acoplarnos a la vida en sociedad y caminar entre los humanos, arrastrando la desidia del día a día? ¡Nos moriríamos antes de imaginarlo! No podemos urbanizarnos, relegarnos al paso del tiempo… tú lo sabes bien.
- La Ultima Colonia morirá de todas formas y eso también lo sabes tú. Entiendo que quieras darle a tu gente la esperanza de este virgen habitáculo, pero no sobrevivirán mucho más.
- ¡Estáis hablando de la gente que es vuestra, mi señor! – Desmond de Sylfrag, embraveció por un instante. Luego retornó la calma a sus facciones, rodando sus dedos arrugados sobre la mesa. – Todo con vos es imposible cuando os encabritáis.
- ¿Quién se encabrita más que quién? En eso debemos ser dos seres cortados por la misma tijera. He visto caravanas ancladas en la periferia… ¿hacia dónde partís ahora?

El semblante entristeció en el viejo morador de Neredyl, que por un momento lo dudó. Maurice lo creería aun más loco de lo que ya lo suponía y lo único que lograría sería una negativa de su parte. Aun así, debía darle una respuesta.

- Será la última vez que marchemos juntos. Dicen que hay una pequeña ciudad dorada, más allá de los confines del Universo, en donde se encuentra la paz. En donde los temores se desvanecen y por fin encuentras un sentido para la existencia. Una última utopía. Dymis Twon nos ha vaticinado que una de las puertas que llegan a la misma se podría hallar a solo unos días de nuestra aldea.
- Estáis mas demente de lo que pensé. ¿Los conducirás al fruto de una leyenda? ¿A los versos de una canción para niños?
- Debemos intentarlo. Hacer perdurar nuestra gloria y hasta quien sabe, tal vez construir otra Neredyl allí.
- Esa ciudad no existe, y aun así lo hiciera, estamos hablando de otro mundo. Quién sabe la cantidad de peligros que podríais encontraros en el camino, qué clase de magia manipulan y cuáles son las fuerzas que la rigen… Dymis podrá ver cosas, pero creo que solo ganareis vuestra muerte en tal emprendimiento.
- Partiremos por la mañana.

Visto y considerando que no lograría disuadirlo, Maurice levantó las tazas llevándolas hasta el improvisado fregadero.

- ¿Qué haréis vos? – Desmond le preguntó.
- Vengaros. Le he prometido a Nicholai que regresaba en un mes y ya han pasado dos semanas…
- Sabéis bien que os está engañando.
- Lo sé, pero… ¿qué puedo hacer? Ante ello, vuestro plan de alcanzar la Ciudad Espiral suena más lógico que el mío, y aun así no estoy seguro de tener uno siquiera.
- ¿La Ciudad Espiral? ¿Acaso ese es su nombre?

El vampiro frunció el ceño y buscó apenas una razón para lo dicho.

- Debe ser algún recuerdo de mi infancia, porque se me vino de pronto. También he oído esas canciones alusivas; solían tararearlas los hechiceros de Fontainebleau y algún que otro juglar… No me hagáis caso. Es un desvarío.
- Desvarío o no, es un lindo nombre. Le diremos así hasta llegar.
- Suerte con ello, amigo mío.
- Os deseo la mayor para vos, pero no os irás de aquí sin lo que habéis venido a buscar.

Desmond abandonó la estancia por unos minutos y al volver, cargaba en sus manos un lienzo enrollado, de un metro y medio de largo, que depositó en los brazos de Maurice como si se tratara de un niño pequeño. Al retirar la tela, este observó con fascinación de infante lo que guardaba. Su gran espada de acero azul e inscripciones negras, cual vibró ronroneando al asirla por la empuñadura.

- La has cuidado muy bien. – dijo, sonriendo.
- Aun no entiendo porqué la dejasteis en mi custodia.
- Esta espada no está hecha para pelear contra humanos. Sería un error herirlos con ella; pues otra leyenda cuenta que les quita la energía y ennegrece sus espíritus, pero también me provee de un brío maligno en la matanza, que no creo necesitar. Las almas de los hombres tienen derecho al juicio divino y yo no soy quien para otorgárselos.
- Eres un ser de buen corazón, Maurice. ¿Por qué no olvidas todo esto y te vienes con nosotros? Nos podrías conducir, como en los viejos tiempos, siempre a la victoria.
- Esta vez no es mi destino acompañaros. Desmond de Sylfrag, haz honor a tu patria y encuentra esa ciudad por mí.

Ajustó la espada con la vaina en su costado. Se calzó las botas y salió a la intemperie en busca de su palafrén, quien relinchó contento por verlo buscar la montura para calzarla sobre su lomo después. Solo le tomó un par de segundos subirse, y otro par – que duraron un poco más – tardó en despedirse de su amigo, aquel noble fuerte aun su edad avanzada, que no dudó en defender Neredyl hasta el final.

Por el camino de regreso, reflexionó acerca del destino y del porqué parecía que siempre terminaba involucrado en uno mayor. También pensó en Desmond y en sus sueños de alcanzar aquella ciudadela dorada de los cuentos. ¿La encontraría? El viejo era tan terco que quizás lo lograba.

Tampoco se olvidó de su odio hacia Nicholai, que después de la visita a la Ultima Colonia de Neredyl, se incrementó con firmeza, por lo que había decidido no soltar esa avaricia al viento. La utilizaría para vengarse, para poder elaborar un mejor plan, que salvara a Guillermina de sus caóticos designios y así juntos por fin quién lo sabría, tal vez perseguir esa caravana hacia la mítica Ciudad Espiral.

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