sábado, 14 de noviembre de 2009

The Prestige (Capítulo VII)

VII


De Las Mentiras Adecuadas


Acabada la función, Nicholai presintió con advenimiento que no se le haría sencillo abandonar el teatro tal y como lo abordó; la presencia de Maurice danzaba cerca y en su búsqueda, por lo que no dudó en ir al frente primero, caminando a través de los que ya partían hacia sus casas, contentos y agradecidos por el espectáculo.

Lo halló pensativo, sentado en una de las mesas de vermouth y jugando con un trozo de metal entre sus dedos. Era la mitad de un sello de bronce; símbolo de su imperio devenido a cenizas.

Se acercó con cautela, tanteando torpe con sus pupilas los posibles movimientos del vampiro. Temía que ocultara su espada legendaria entre sus ropas y lo descuartizara sin previo aviso o que le brindara una maldición que absorbiera su energía y su alma. Maurice de Eysteinsson tenía una fama malandrina a sus espaldas y su arma preferida lo había acompañado en todas sus batallas, en todas sus conquistas, no fallándole jamás.

Nicholai Breshkov era un manojo de nervios contenidos; sin embargo, tosió levemente aclarando su voz y relajando sus músculos. Si habría de matarlo, no sería aquí, se dijo tranquilizándose.

- Me preguntaba que hicisteis con la otra parte… - abrió el vampiro, sin prisas, mostrándole el sello. – ¿La habréis guardado o se quemó junto a los restos de la ciudad?
- Tenemos que hablar. Hay cosas que debéis saber, señor mío.
- Oh si… - y estiró su columna, invadiendo los ojos del hechicero - …pero todavía no estoy seguro de qué quiero saber primero. Por lo pronto, toma asiento y deja de llamarme tu señor.
- Seguís siéndolo. – con falsa reverencia ratificó. – Te creímos muerto; esas fueron las noticias que llegaron de los mensajeros. Asimismo, no fueron las únicas. Al conocer vuestra suerte, los ejércitos enemigos se replegaron, comenzando a marchar hacia Neredyl. Estaban a tres días cuando nos enteramos…
- Calla. – le manifestó, subiendo su mano displicentemente. – Esos son los rumores que han llegado a mis oídos; aun así, nadie tuvo la certeza en decirme quienes fueron los invasores. Una ciudad erigida en la magia y en la hechicería, con protectores superiores, al auxilio de los dioses… que ha permanecido esplendorosa un siglo y ha caído solo en un día. Explícame eso, Nicholai, porque no lo entiendo.
- Fue demasiada brujería para mí solo, Maurice. Sabéis bien que yo no puedo convocar a las mismas fuerzas que vos podéis. No nos superaban en número, pero sus destrezas… ¡tendrías que haber visto sus destrezas! Aquel arte endemoniado manifestado desde las fauces del caos…

Maurice bostezó, en su cara y sin escrúpulos. Por muy veraces que aparentaban ser los argumentos de Nicholai, el sabía que era apenas una pequeña parte de la realidad.
Neredyl, como así la habían llamado, era una hermosa fortaleza construida en uno de los tantos bosques secretos que moran el norte de Francia. Allí, Nicholai, Maurice y su amada Guillermina, vivieron muchos años entre placeres y riquezas, cuales estas aumentaban en tamaño y magnificencia por cada ciudadela que conquistaban. Ajenos a las políticas del país y a los vaivenes urbanos, aislados de los movimientos que comprometían a la mayor parte de la sociedad humana, dos vampiros y un gran hechicero supieron llevar a la gloria de otros mundos los rumores del imperio.
No faltaron aquellos atrevidos que osaron en molestarlos con sus armas insignificantes y sus escudos de colores; pero Neredyl tenía huestes y mesnadas para combatir los impulsos de cualquier enemigo que se les opusiera. Y así lo hicieron, hasta el día en que Maurice abandonó la ciudad, a fin de mezclarse entre los deseos de los hombres y rechazar los designios de los dioses, harto de los mismos.

- ¿Caos? – replicó, con sorna. – A riesgos de insultar la inteligencia que te engalana, tú no tienes idea de lo que el Caos representa, y aun así la tuvieras, no hubieras sobrevivido a esa batalla de la que hablas. A menos que seas su servidor. ¿Acaso lo eres?

Nicholai tragó saliva. Decenas de años atrás se había separado de su familia, justamente por esa misma causa. El no se enriquecía al ser un cordero del Caos; era sabido que cobraban intereses por cada favor ofrecido y por lo pronto el hechicero no podía solventar aquel tipo de deuda. Sangre y almas, tal vez… pero aun no estaba dispuesto a entregar las suyas.

- Sabéis que no.
- Podría justificarte. De ser así, habría en ti una razón que avalara tu comportamiento. Convocar algún duque que te ayudara a vencer a esos enemigos sin nombre y luego brindarle algo a cambio… sé que puedes hacerlo por muy poca idea que tengas acerca de la realidad.
- Maurice, no pude defender Neredyl. Mis hombres estaban muertos de miedo y de espanto ante esas bestias; aun así lucharon hasta el cansancio pero fueron vencidos.
- ¿Tus hombres? Solían ser los míos. ¿Qué pasó con tu posición de regente?

Breshkov no contestó.

- Es cierto. Estaba muerto y enterrado y ocupasteis el trono. No importa, de todas formas iba a dártelo. Siempre te ha gustado más que a mí.

El gran brujo sintió una cólera repentina, cual no pudo disimular y quedó impregnada en sus pupilas. ¿Maurice iba a ofrecerle el puesto de Emperador? La mentira le dio más asco que la verdad y no creyó en sus palabras, pensando que el vampiro solo lo decía para incrementar su inestabilidad.

- Qué importa ahora, hermano. La ciudad está destruida y sé que no has venido a reclamarme solo esto.
- En eso tienes razón.
- Escapé, – comenzó a contar – junto a ella y algunos más. Nos asentamos en el sur, formando colonias, a donde luego llegaron los pocos que habían logrado sobrevivir. Pasamos un tiempo, hasta que unas hordas saqueadoras nos obligaron a alejarnos. Intranquilos, vagamos un poco más y nos establecimos en Marne. Sabíamos que allí no podía sucedernos nada malo; una ciudad moderna, con casas y edificios, con luces y carruajes…
- El mal siempre encuentra sus formas; se mimetiza, ¿recuerdas? Me lo enseñaste tú.
- Pero yo lo olvidé. Una noche, escuché un grito proveniente de la habitación contigua del tugurio que pudimos alquilar. Al entrar, dos bestias enormes, con cascos y lanzas, tenían atrapada a Guillermina por sus brazos. Enseguida se me vinieron a la mente varios hechizos para contrarrestarlos, pero pusieron una daga en su cuello y limitaron mis acciones. Tuve que dejarla ir con ellos, Maurice. No tuve opción.

Este se pasó la uña de su pulgar por los labios, prestando atención a la catarata de excusas que afloraba por la boca de Nicholai. En su interior, deseaba poder creerle; cada alegato, cada evidencia, cada expresión que su rostro atormentado camuflaba con éxito las intenciones.

- ¿Sabéis donde está? – le preguntó, bajando la mano y apoyándola sobre su regazo.
- No. La sigo buscando, pero mi magia parece no ser muy útil para hallarla.
- Ni tu magia ni tus hechos, aparentemente. ¿Qué haces aquí entonces, divirtiéndote con espectáculos baratos y trucos tan viejos?
- Dinero, Maurice. Si necesito comprar libros y resúmenes y pociones para poder hacer mis hechizos, también requiero dinero. Se quemaron todos en la caída de Neredyl; no pude salvar ninguno de mis tomos.
- ¿Y tu memoria se ha quemado también? Oh, vamos… no necesitas nada de ello para localizarla. Tú encuéntrala y yo iré a salvarla. ¿O hay algo que te lo impida?

La autenticidad de su testimonio. Nicholai no había sido muy franco con su historia y no dudaba de que Maurice pudiera intuirlo. No obstante, decidió aferrarse a ella hasta las últimas consecuencias y luego rogar a sus propios dioses para que le alcancen suerte y armar un plan. Por tanto, negó con su cabeza ante la mirada inquisitoria del vampiro, quien apurando unos billetes bajo el vaso se levantó.

- Os pido que me otorguéis clemencia, mi señor. No supe cumplir ninguno de vuestros dos encargos.

Otra mentira. Había cuidado de Neredyl como si fuera suya, tal cual Maurice se lo emplazó. Designándose emperador, la manejó a su antojo, conduciéndola finalmente a una guerra sin revancha. Igualmente lo hizo con Guillermina, atrayéndola hacia él y convirtiéndola en su esposa, despojándosela. Verdaderamente Nicholai no había fallado en su misión; por el contrario, la tomó muy en serio.

- Volveré en un mes y tendrás la oportunidad de resarcirte. Mientras, haz lo que te exijo y serán mis dioses los que te ayuden de encontrarte en peligro.

Arregló su capa y su sombrero, tomando con sus manos un artefacto parecido a un bastón. El hechicero lo observó con recelo, suponiendo que el mismo servía para ocultar su espada. Podía quitárselo ahí mismo y usarla contra él; si las leyendas eran ciertas, aquel filo se constituía en el único medio de acabar con la existencia de Maurice de Eysteinsson, pero de ser falsas…

Resistiendo la dulce tentación, extendió su mano hacia él, esperando que su saludo le fuera devuelto, cuando se vio abrasado por un cálido beso en su mejilla.

- ¿Puedo confiar en vos, hermano? – escuchó en su oído, y la entonación usada por el vampiro le heló hasta el último de sus huesos.
- Sí. – firme respondió.
- No me falléis, es lo único que realmente os pido.

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