domingo, 6 de diciembre de 2009

The Prestige (Capítulo IX)

De Alguna Mujer Extraña

Essex – Febrero 1791
La tempestad azotaba las costas con furia, y las olas, altivas y ruidosas, golpeaban los restos rancios de una galera a la deriva. Mala hora para el capitán, que silbando ordenó a su tripulación cambiar de rumbo. Al mando del timón se encontraba un niño, o quizás un anciano; Maurice no pudo distinguirlo cuando un trueno sonó en la distancia y lo despertó.

El sol todavía no se había levantado ni acusaría deseos de hacerlo; una lluvia intensa, hasta algo blanca, inundaba las charcas donde debía haber pasto e intimaba a muchos a correr bajo ella, excluyéndolos de refugio. Para la suerte del vampiro, se encontraba en la habitación de una posada, cual parecía ser la mejor de todo el condado de Essex.

Siendo las cinco en la madrugada suspiró al reconocerse cansado pero sin sueño. No había sacado mayor provecho de su viaje que el haber recuperado su espada y conversar, quizás por última vez, con aquel viejo amigo de buen semblante y barba rojiza llamado Desmond. Sus innumerables ocurrencias, que en épocas pasadas y doradas hubieran nacido de su mente inquieta sin mucho esfuerzo, al día de hoy se encontraban agotadas, carentes de cualquier tipo de inspiración que pudiera conducirlas al éxito.

Descorrió apenas la cortina y descubrió que pese a todo, hacia el alba seguiría suponiendo un mal día para continuar con su viaje. Movió apenas su cabeza estando muy cerca del techo, pero no se preocupó; le había tocado dormir en peores literas que aquella, por lo que solo era cuestión de no levantarse muy rápido o esperar a vivir en una casa para tener sus pesadillas en paz. Barcos insignia, mares tan bravos y austeros como los dioses del viento y algunas otras tonterías a su gusto moraban en su mente por las noches. A Maurice ni siquiera le agradaba navegar; le aburría estudiar la interpretación de las cartas y no era muy amigo de las brújulas. El prefería las estrellas, pero al parecer eso ya no estaba de moda.

Relegando por ahora la importancia que el hecho tuviera, se vistió con el afán de matar a las horas ya muertas. Beber una cerveza, conversar con algún forastero y despejar las telarañas que nublaban su visión.

El dueño de la posada, un hombre de edad mediana, de cabello negro y oscuro en contraste con sus ojos celestes, atendía la taberna ubicada en la planta baja, destinada exclusivamente a sus huéspedes. Eran tiempos de cambio; Maurice todavía recordaba los añejos, donde era bienvenido en el tugurio que deseara entrar sin tener que alojarse ni pagar por la estadía. Motivo de resignación si los había, contempló en sacar algunos peniques y dejárselos por adelantado sobre el mostrador.

Sin embargo, la suerte siempre arrastra consigo designios inesperados y sorpresas aun más traicioneras. Acababa el primer vaso de cerveza cuando sintió una corriente fría y espesa proveniente de la puerta. Por ella, entró una chiquilla, vestida con harapos mugrientos y que llevaba su cabellera protegida por un albornoz roído y apolillado. Al poder observarla de cerca, supo que tenía más edad de la que aparentaba, realzado por el tono de su voz, sencillo pero amable aun su supuesta procedencia, que emitió al rogar, al borde del llanto, por una moneda.

La rotunda negativa del dueño encendió la curiosidad de Maurice; tras la joven marcharse apenada, sintió anhelos de indagarle el porqué había rechazado realizar la buena obra del día. Por lógica manifiesta, el vampiro no se constituía en la clase de persona que albergaba deseos inconclusos. Sin esperar, la pregunta salió rápidamente de los labios del hombre.

- Yo le doy a ella y vienen cincuenta. – recibió como respuesta.
- Y si se la doy yo, ¿tendría algún problema en acogerla, al menos por hoy?
- No quiero piojos ni pestes aquí.
- Entonces yo no quiero nada más de usted.

Intacta su limpieza pero escaso de propina, el dueño refunfuñó por lo bajo cuando Maurice se retiró por la puerta sin darle las gracias, justo a tiempo para alcanzar a la muchacha calada hasta los huesos. Con un suave movimiento tocó su hombro y le pidió que aguardara.

- ¿Cuál es tu gracia?
- Me llamo Elizabeth, señor.
- ¿Y desde cuándo rondas por la calle?

Los rasgos finos de la joven le hicieron suponer que no había nacido en la pobreza; habría caído en el mal pasar de muchos o en la economía fluctuante de otros, arrastrándola sin decoro a la indigencia. Sin embargo, Elizabeth no contestó; bajó su mentón ocultando su vergüenza y gesticuló.

- ¿Qué te parece si te llevo a un lugar mas… amable – razonó – donde puedas limpiarte y cambiarte de ropa?

Al momento se dio cuenta de que solo en sus épocas lo dicho no sonaba deshonesto y muy poco apropiado. En la actualidad, eran muchos los hombres ricos que se jactaban de la necesidad de alguna muchacha carenciada, ofreciéndole casa y comida a cambio de algún tipo de favor que satisficiera sus propias necesidades hambrientas.

- Sin beneplácitos. – aclaró. – ¿Sabes lo que es eso?
- Sí, señor.

La tomó por su mano, notándola delicada entre sus propios dedos. Con la curiosidad en aumento, ambos esperaron un ratito bajo un techo hasta que la lluvia amainó y así, apresuraron sus pies hacia un nuevo hostal.

Entre descansos, Maurice tuvo la injerencia de preguntarle acerca de su familia, resultando ser de cuatro hermanos siendo ella la mayor. También averiguó sobre su madre y su padre, quien ya no se hallaba entre los vivos, y por último él le arrojó el desvío de un consuelo, el del que el color de su cabello y el de su tez le recordaban a un ser amado por él.

En el cielo, las nubes insistían por conservar su lugar, trayéndoles malas nuevas sobre sus cabezas, y los truenos rompiendo a la distancia les quitaron el poder de la elección, teniendo que recurrir al amparo de los muros de una vieja iglesia construida por las manos del hombre y sostenida por la gracia de Dios.

- ¡Madre mía, qué aguacero! – de pronto escucharon a sus espaldas. – Entren, que les traigo unas mantas…

La vocecita, fina y cantarina, le pertenecía a una religiosa de edad avanzada. A Maurice le produjo una sonrisa afectuosa sus formas al caminar, con pasos cortos pero rápidos, cuales pronunciaban un vaivén en sus hábitos. Al verla regresar con los paramentos en mano, se adelantó, agradeciéndole por los mismos.

- Mal día para rondar. – comentó despreocupado, a la vez que absorbía la humedad de sus vestiduras.
- Y para hacer sociales…

La ironía planteada por la monjita le supo a una especie de reto; lejos de sentirse ofendido, soltó una risa corta y seca, levantando conjuntamente sus cejas.

- Eso es un juicio de valor apresurado, hermana. ¿Qué diría Dios al respecto?
- Que Inglaterra se degrada día a día.
- Pues hoy tiene suerte; yo soy francés.

Abrigados bajo unas vigas de madera pintadas con cal, al resguardo de la lluvia ligera que resbalaba por los ventanales como escapándose de un mal y protegidos por una cruz grandiosa y esbelta, Maurice y Elizabeth compartían el silencio producido durante el buen comer. El la observaba engullir un plato de sopa caliente y partir el pan, mientras se perdía un poco más en sus profundos pensamientos. La necesidad de provocar la acción y de explotarla, de correr tras los pasos invisibles de su enemigo y la pronta conclusión de sentirse sin nada y vacío, le trajo aparentada una suerte de miseria conforme, reconociéndose por igual en los ojos de su nueva compañera temporal.

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domingo, 29 de noviembre de 2009

The Prestige (Capítulo VIII)

Del Honor Reconocido
(part II)
Las estrellas comenzaban a brillar en el cielo de un atardecer despejado, prometiendo una noche clara sin amenazas de tormentas, y los últimos comerciantes del pueblo sentían el deber de retrasar sus transacciones a fin de propagar el rumor. Alguien nuevo había llegado a la aldea, y si bien al principio se había ocultado toda referencia del peregrino, nada pudo hacerse en cuanto los guardias de la Ultima Colonia de Neredyl lo transportaron en una camilla hacia una tienda.

Revolucionados y curiosos, los habitantes se encontraron expectantes afuera de la misma, hasta que el señor de la ciudad apareció ante ellos y les pidió que conservaran la calma y redujeran el chisme ocasionado por la novedad. Dejando la turba conglomerada tras sus pasos, entró en dicha tienda comprobando con sus propios ojos que tal rumor era cierto.

Despacio, zarandeó apenas el hombro del que descansaba inconsciente, quien poco a poco fue recobrando el sentido hasta levantar por completo sus párpados.

- Tengo dos preguntas para haceros, mi señor. La primera es cómo llegasteis hasta nosotros, y la segunda es ¿cuándo dejasteis de estar muerto?
- Tal vez habéis perdido la ciudad, pero no habéis perdido el sentido del humor, Desmond. – y aun sin vigor, Maurice abrazó al dueño de aquellas preguntas, que tan feliz le hacía volver a verlo.

Una hora después, Maurice se encontraba con sus fuerzas renovadas. Alojado en una casa hecha de barro y hojarasca, había podido alimentarse y lavar la suciedad de sus ropas. Algaraz, su corcel, que descansaba afuera sobre la yesca, advirtió una sombra extraña acercándose y enseguida alertó a su amo dando un relincho.

- Es un buen animal. – le dijo Desmond al vampiro, quien lo invitaba a pasar.
- Increíble que aun me quiera; lo hice sufrir mucho estos días… pero ponte cómodo; como en tu casa… - ironizó.

Maurice aprovechó el silencio muerto entre ambos para poner unas hierbas al fuego y preparar un té. A su vez, en su camarada giraba el desconcierto, temeroso de decir lo que era su deber. El vampiro lo sintió dubitativo, por lo que al poner las tazas sobre una mesa vieja y desvencijada por el tiempo, hizo uso de su más linda facultad, siendo esta el habla.

- Dados los años de lealtad que me habéis tenido, necesito que seáis sincero y echadme en cara mi falta. He abandonado Neredyl en manos de Nicholai, que por lo visto no ha hecho ningún bien. Pero aun así, han sabido sobreponerse, y se encuentran aquí, ocultos del mundo y de sus avances. Sois sin duda un buen señor para ellos.
- No fue fácil, Maurice. A tu partida supe que el imperio comenzaría su decadencia. Nicholai hizo lo que quiso, portándose como un chiquillo irrespetuoso a vuestras normas y conductas, atrayendo el mal a la ciudad.
- ¿Que ha pasado? ¿Por qué la obra de un siglo ha caído en solo un día? – preguntó, con una astilla de dolor en su interior.
- Nos tomó por sorpresa, desprevenidos y desarmados. Cuando nos quisimos dar cuenta, teníamos tres hordas diferentes de demonios derribando las murallas, una bola de fuego sobre nuestras cabezas y a un ejército de vampiros pidiéndonos con sorna que nos rindiéramos.
- ¿Y Nicholai?
- Invocando más terror. Por lo que pude escuchar y apreciar, pidió ayuda a los duques del Caos y estos se la negaron. Un poco más tarde, cuando ya no quedaba nada por hacer, lo vimos escapar con tu mujer por la colina, desesperado, seguido por los traidores que nos dejaron a mí y a unos cuantos pocos más, defendiendo lo indefendible.

La ira y la impotencia, reflejadas con esmero en la voz de Desmond, hicieron surgir en Maurice los deseos de venganza. Ya no la ejecutaría solo por razones personales; ahora tenía más de un honor que resarcir y más sangre que limpiar de la impudicia derramada; solo después de su misión, las almas de aquellos héroes podrían obtener la paz.

- ¿Qué sucedió después?
- Más cobardía. Cuando pudimos asentarnos en el sur, Nicholai reapareció pidiéndonos un lugar para ocultarse. Y nosotros que no aprendemos a decir que no, se lo dimos.

Maurice sonrió reconociéndose culpable de tal ideología. Neredyl era el reino de la segunda oportunidad, donde el emperador medía las virtudes por encima de los defectos y habilitaba la entrada.

- No me digas nada; volvió a escapar.
- En efecto. Ante la primera invasión, desapareció sin dejar rastros.
- ¿Y quienes los irrumpieron esta vez?
- Unos feudos que todavía se creían en la edad media. Nada grave, pero nos obligaron a levantar nuestras pertenencias y a marcharnos de allí.

El vampiro sopesó que no podrían continuar la descendencia de la antigua Neredyl con esa forma de vida tan nómade.

- Dime, Desmond, buen amigo, ¿has considerado mudarte a las grandes ciudades? Están Paris, Marne… ¡Londres incluso!
- ¿Y qué haríamos allí? ¿Acoplarnos a la vida en sociedad y caminar entre los humanos, arrastrando la desidia del día a día? ¡Nos moriríamos antes de imaginarlo! No podemos urbanizarnos, relegarnos al paso del tiempo… tú lo sabes bien.
- La Ultima Colonia morirá de todas formas y eso también lo sabes tú. Entiendo que quieras darle a tu gente la esperanza de este virgen habitáculo, pero no sobrevivirán mucho más.
- ¡Estáis hablando de la gente que es vuestra, mi señor! – Desmond de Sylfrag, embraveció por un instante. Luego retornó la calma a sus facciones, rodando sus dedos arrugados sobre la mesa. – Todo con vos es imposible cuando os encabritáis.
- ¿Quién se encabrita más que quién? En eso debemos ser dos seres cortados por la misma tijera. He visto caravanas ancladas en la periferia… ¿hacia dónde partís ahora?

El semblante entristeció en el viejo morador de Neredyl, que por un momento lo dudó. Maurice lo creería aun más loco de lo que ya lo suponía y lo único que lograría sería una negativa de su parte. Aun así, debía darle una respuesta.

- Será la última vez que marchemos juntos. Dicen que hay una pequeña ciudad dorada, más allá de los confines del Universo, en donde se encuentra la paz. En donde los temores se desvanecen y por fin encuentras un sentido para la existencia. Una última utopía. Dymis Twon nos ha vaticinado que una de las puertas que llegan a la misma se podría hallar a solo unos días de nuestra aldea.
- Estáis mas demente de lo que pensé. ¿Los conducirás al fruto de una leyenda? ¿A los versos de una canción para niños?
- Debemos intentarlo. Hacer perdurar nuestra gloria y hasta quien sabe, tal vez construir otra Neredyl allí.
- Esa ciudad no existe, y aun así lo hiciera, estamos hablando de otro mundo. Quién sabe la cantidad de peligros que podríais encontraros en el camino, qué clase de magia manipulan y cuáles son las fuerzas que la rigen… Dymis podrá ver cosas, pero creo que solo ganareis vuestra muerte en tal emprendimiento.
- Partiremos por la mañana.

Visto y considerando que no lograría disuadirlo, Maurice levantó las tazas llevándolas hasta el improvisado fregadero.

- ¿Qué haréis vos? – Desmond le preguntó.
- Vengaros. Le he prometido a Nicholai que regresaba en un mes y ya han pasado dos semanas…
- Sabéis bien que os está engañando.
- Lo sé, pero… ¿qué puedo hacer? Ante ello, vuestro plan de alcanzar la Ciudad Espiral suena más lógico que el mío, y aun así no estoy seguro de tener uno siquiera.
- ¿La Ciudad Espiral? ¿Acaso ese es su nombre?

El vampiro frunció el ceño y buscó apenas una razón para lo dicho.

- Debe ser algún recuerdo de mi infancia, porque se me vino de pronto. También he oído esas canciones alusivas; solían tararearlas los hechiceros de Fontainebleau y algún que otro juglar… No me hagáis caso. Es un desvarío.
- Desvarío o no, es un lindo nombre. Le diremos así hasta llegar.
- Suerte con ello, amigo mío.
- Os deseo la mayor para vos, pero no os irás de aquí sin lo que habéis venido a buscar.

Desmond abandonó la estancia por unos minutos y al volver, cargaba en sus manos un lienzo enrollado, de un metro y medio de largo, que depositó en los brazos de Maurice como si se tratara de un niño pequeño. Al retirar la tela, este observó con fascinación de infante lo que guardaba. Su gran espada de acero azul e inscripciones negras, cual vibró ronroneando al asirla por la empuñadura.

- La has cuidado muy bien. – dijo, sonriendo.
- Aun no entiendo porqué la dejasteis en mi custodia.
- Esta espada no está hecha para pelear contra humanos. Sería un error herirlos con ella; pues otra leyenda cuenta que les quita la energía y ennegrece sus espíritus, pero también me provee de un brío maligno en la matanza, que no creo necesitar. Las almas de los hombres tienen derecho al juicio divino y yo no soy quien para otorgárselos.
- Eres un ser de buen corazón, Maurice. ¿Por qué no olvidas todo esto y te vienes con nosotros? Nos podrías conducir, como en los viejos tiempos, siempre a la victoria.
- Esta vez no es mi destino acompañaros. Desmond de Sylfrag, haz honor a tu patria y encuentra esa ciudad por mí.

Ajustó la espada con la vaina en su costado. Se calzó las botas y salió a la intemperie en busca de su palafrén, quien relinchó contento por verlo buscar la montura para calzarla sobre su lomo después. Solo le tomó un par de segundos subirse, y otro par – que duraron un poco más – tardó en despedirse de su amigo, aquel noble fuerte aun su edad avanzada, que no dudó en defender Neredyl hasta el final.

Por el camino de regreso, reflexionó acerca del destino y del porqué parecía que siempre terminaba involucrado en uno mayor. También pensó en Desmond y en sus sueños de alcanzar aquella ciudadela dorada de los cuentos. ¿La encontraría? El viejo era tan terco que quizás lo lograba.

Tampoco se olvidó de su odio hacia Nicholai, que después de la visita a la Ultima Colonia de Neredyl, se incrementó con firmeza, por lo que había decidido no soltar esa avaricia al viento. La utilizaría para vengarse, para poder elaborar un mejor plan, que salvara a Guillermina de sus caóticos designios y así juntos por fin quién lo sabría, tal vez perseguir esa caravana hacia la mítica Ciudad Espiral.

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domingo, 22 de noviembre de 2009

Perdón por ayer que no pude publicar, pero ya está colgado el nuevo capítulo.

Saludos a todos!!

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The Prestige (Capítulo VIII)

Del Honor Reconocido
(part I)
Sur de Francia – Febrero 1791

Cansado y a punto de desfallecer, Maurice sostenía las riendas de un palafrén tan vencido como él. Hacía días que no dormía ni le daba tregua al animal, quien, por puro afecto, soportaba todavía a su jinete. Atravesadas las colinas, creyó notar su alma abandonar el cuerpo y que pronto moriría allí, sin nadie para auxiliarlo.

Presa repentina de un sentimiento extrañado, rechazó la idea de perecer en soledad; horrible forma de renunciar al mundo, destinada a los traidores y asesinos. Por lo cual, sacó fuerzas desde algún lado indefinido y se adentró en el bosque tupido, de colores ocres y verdosos, que seguramente lo esperaba con sus trampas preparadas impidiéndole escapar.

- Sigue así, Algaraz, – le dijo a su caballo, dándole unas palmaditas en el lomo – te prometo que si lo logramos descansarás sobre la mejor paja y beberás del mejor agua.

Le hubiera gustado que este le respondiera, así le recordaba lo estúpido que fue al creer que sacaría algo a favor de esta agotadora peregrinación. Se había embarcado en ella con el fin de encontrar a las colonias neredylenses de las que Nicholai le habló, pero tras el correr de las horas, lo poco que había hallado fueron unos ladronzuelos comunes de los caminos y algún que otro viejo desorientado, que no pudieron darle alguna pista acerca de su búsqueda.

De hecho, la palabra neredylenses no existía para el común de los hombres. Cualquier mapa de Francia no hubiera servido para ubicar a las ruinas de la vieja Neredyl y menos aun podría hacerlo con sus restos, esparcidos por el sur del país. A Maurice no le quedaba opción, más que la de hostigar a sus instintos y guiarse por su olfato fino para reconocer a sus camaradas, de seguir estos existiendo.

Continuó un poco más, agachándose de tanto en tanto, evitando así las ramas más bajas de los arboles. Estos parecían susurrarle, atrayéndolo más y más hacia los claros secretos del bosque y a los peligros que pudieran contener. A pesar de la desconfianza que denotaba su animal por cada paso que daban, no detuvo su marcha, aunque si la aminoró al escuchar un ruido de hojas en dirección norte.

Despacio desmontó, llevando una mano a la empuñadura de su espada. Sigiloso y alerta, avanzó en silencio, concentrándose en las sombras que, poco a poco, parecieron rodearlo. Desenfundó y atacó una vez, y así una más también, pero su filo escindió el aire vacio. No parecía haber nadie allí, más que Maurice y su corcel.

- ¡Quienes seáis, aparezcan ya! – gritó, pero no obtuvo respuesta. Lo hizo de nuevo, amenazando con hacer uso de sus dones si no se presentaban inmediatamente ante él.

El asunto comenzaba a inquietarlo. Podía tratarse de su imaginación fatigada y por lo tanto, aquellas sombras danzarinas solo fueran una bandada de pájaros perdida. También pensaba en algún producto de la magia, y de ser así, no se encontraba capacitado para vencerla. Débil y hambriento, se arrepintió de no haber traído consigo algunas hierbas siquiera, para mejorar su estado de ánimo.

Sin embargo, su peor temor residía en que Nicholai lo hubiera seguido, y, adivinado sus propósitos, le hubiera mandado una invocación de las suyas obstruyéndole su empresa.

Azaroso, dejó de especular y alzó de nuevo su espada, dejando a los últimos rayos del sol embeberla, resaltando así su pálido color plata.

- ¡Os demando vuestros rostros y nombres! – bramó por última vez, con todas sus fuerzas.

Entonces, una silueta se dibujó y caminó a través de las ramas, que parecían estar dispuestas para ocultar algo importante detrás. Era un muchacho, de no más de quince años, quien con su lanza en alto y algo nervioso profesó:

- Soy Pikayard de la Ultima Colonia de Neredyl. Reclamo el mismo derecho al decidme quien sois vos, forastero.

Maurice retiró hacia atrás su albornoz, manifestando una amable sonrisa.

- Soy Maurice de Eysteinsson, tu Emperador.

Con la paz de sentirse en casa, cayó de rodillas en la hierba, donde se desmayó.

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sábado, 14 de noviembre de 2009

The Prestige (Capítulo VII)

VII


De Las Mentiras Adecuadas


Acabada la función, Nicholai presintió con advenimiento que no se le haría sencillo abandonar el teatro tal y como lo abordó; la presencia de Maurice danzaba cerca y en su búsqueda, por lo que no dudó en ir al frente primero, caminando a través de los que ya partían hacia sus casas, contentos y agradecidos por el espectáculo.

Lo halló pensativo, sentado en una de las mesas de vermouth y jugando con un trozo de metal entre sus dedos. Era la mitad de un sello de bronce; símbolo de su imperio devenido a cenizas.

Se acercó con cautela, tanteando torpe con sus pupilas los posibles movimientos del vampiro. Temía que ocultara su espada legendaria entre sus ropas y lo descuartizara sin previo aviso o que le brindara una maldición que absorbiera su energía y su alma. Maurice de Eysteinsson tenía una fama malandrina a sus espaldas y su arma preferida lo había acompañado en todas sus batallas, en todas sus conquistas, no fallándole jamás.

Nicholai Breshkov era un manojo de nervios contenidos; sin embargo, tosió levemente aclarando su voz y relajando sus músculos. Si habría de matarlo, no sería aquí, se dijo tranquilizándose.

- Me preguntaba que hicisteis con la otra parte… - abrió el vampiro, sin prisas, mostrándole el sello. – ¿La habréis guardado o se quemó junto a los restos de la ciudad?
- Tenemos que hablar. Hay cosas que debéis saber, señor mío.
- Oh si… - y estiró su columna, invadiendo los ojos del hechicero - …pero todavía no estoy seguro de qué quiero saber primero. Por lo pronto, toma asiento y deja de llamarme tu señor.
- Seguís siéndolo. – con falsa reverencia ratificó. – Te creímos muerto; esas fueron las noticias que llegaron de los mensajeros. Asimismo, no fueron las únicas. Al conocer vuestra suerte, los ejércitos enemigos se replegaron, comenzando a marchar hacia Neredyl. Estaban a tres días cuando nos enteramos…
- Calla. – le manifestó, subiendo su mano displicentemente. – Esos son los rumores que han llegado a mis oídos; aun así, nadie tuvo la certeza en decirme quienes fueron los invasores. Una ciudad erigida en la magia y en la hechicería, con protectores superiores, al auxilio de los dioses… que ha permanecido esplendorosa un siglo y ha caído solo en un día. Explícame eso, Nicholai, porque no lo entiendo.
- Fue demasiada brujería para mí solo, Maurice. Sabéis bien que yo no puedo convocar a las mismas fuerzas que vos podéis. No nos superaban en número, pero sus destrezas… ¡tendrías que haber visto sus destrezas! Aquel arte endemoniado manifestado desde las fauces del caos…

Maurice bostezó, en su cara y sin escrúpulos. Por muy veraces que aparentaban ser los argumentos de Nicholai, el sabía que era apenas una pequeña parte de la realidad.
Neredyl, como así la habían llamado, era una hermosa fortaleza construida en uno de los tantos bosques secretos que moran el norte de Francia. Allí, Nicholai, Maurice y su amada Guillermina, vivieron muchos años entre placeres y riquezas, cuales estas aumentaban en tamaño y magnificencia por cada ciudadela que conquistaban. Ajenos a las políticas del país y a los vaivenes urbanos, aislados de los movimientos que comprometían a la mayor parte de la sociedad humana, dos vampiros y un gran hechicero supieron llevar a la gloria de otros mundos los rumores del imperio.
No faltaron aquellos atrevidos que osaron en molestarlos con sus armas insignificantes y sus escudos de colores; pero Neredyl tenía huestes y mesnadas para combatir los impulsos de cualquier enemigo que se les opusiera. Y así lo hicieron, hasta el día en que Maurice abandonó la ciudad, a fin de mezclarse entre los deseos de los hombres y rechazar los designios de los dioses, harto de los mismos.

- ¿Caos? – replicó, con sorna. – A riesgos de insultar la inteligencia que te engalana, tú no tienes idea de lo que el Caos representa, y aun así la tuvieras, no hubieras sobrevivido a esa batalla de la que hablas. A menos que seas su servidor. ¿Acaso lo eres?

Nicholai tragó saliva. Decenas de años atrás se había separado de su familia, justamente por esa misma causa. El no se enriquecía al ser un cordero del Caos; era sabido que cobraban intereses por cada favor ofrecido y por lo pronto el hechicero no podía solventar aquel tipo de deuda. Sangre y almas, tal vez… pero aun no estaba dispuesto a entregar las suyas.

- Sabéis que no.
- Podría justificarte. De ser así, habría en ti una razón que avalara tu comportamiento. Convocar algún duque que te ayudara a vencer a esos enemigos sin nombre y luego brindarle algo a cambio… sé que puedes hacerlo por muy poca idea que tengas acerca de la realidad.
- Maurice, no pude defender Neredyl. Mis hombres estaban muertos de miedo y de espanto ante esas bestias; aun así lucharon hasta el cansancio pero fueron vencidos.
- ¿Tus hombres? Solían ser los míos. ¿Qué pasó con tu posición de regente?

Breshkov no contestó.

- Es cierto. Estaba muerto y enterrado y ocupasteis el trono. No importa, de todas formas iba a dártelo. Siempre te ha gustado más que a mí.

El gran brujo sintió una cólera repentina, cual no pudo disimular y quedó impregnada en sus pupilas. ¿Maurice iba a ofrecerle el puesto de Emperador? La mentira le dio más asco que la verdad y no creyó en sus palabras, pensando que el vampiro solo lo decía para incrementar su inestabilidad.

- Qué importa ahora, hermano. La ciudad está destruida y sé que no has venido a reclamarme solo esto.
- En eso tienes razón.
- Escapé, – comenzó a contar – junto a ella y algunos más. Nos asentamos en el sur, formando colonias, a donde luego llegaron los pocos que habían logrado sobrevivir. Pasamos un tiempo, hasta que unas hordas saqueadoras nos obligaron a alejarnos. Intranquilos, vagamos un poco más y nos establecimos en Marne. Sabíamos que allí no podía sucedernos nada malo; una ciudad moderna, con casas y edificios, con luces y carruajes…
- El mal siempre encuentra sus formas; se mimetiza, ¿recuerdas? Me lo enseñaste tú.
- Pero yo lo olvidé. Una noche, escuché un grito proveniente de la habitación contigua del tugurio que pudimos alquilar. Al entrar, dos bestias enormes, con cascos y lanzas, tenían atrapada a Guillermina por sus brazos. Enseguida se me vinieron a la mente varios hechizos para contrarrestarlos, pero pusieron una daga en su cuello y limitaron mis acciones. Tuve que dejarla ir con ellos, Maurice. No tuve opción.

Este se pasó la uña de su pulgar por los labios, prestando atención a la catarata de excusas que afloraba por la boca de Nicholai. En su interior, deseaba poder creerle; cada alegato, cada evidencia, cada expresión que su rostro atormentado camuflaba con éxito las intenciones.

- ¿Sabéis donde está? – le preguntó, bajando la mano y apoyándola sobre su regazo.
- No. La sigo buscando, pero mi magia parece no ser muy útil para hallarla.
- Ni tu magia ni tus hechos, aparentemente. ¿Qué haces aquí entonces, divirtiéndote con espectáculos baratos y trucos tan viejos?
- Dinero, Maurice. Si necesito comprar libros y resúmenes y pociones para poder hacer mis hechizos, también requiero dinero. Se quemaron todos en la caída de Neredyl; no pude salvar ninguno de mis tomos.
- ¿Y tu memoria se ha quemado también? Oh, vamos… no necesitas nada de ello para localizarla. Tú encuéntrala y yo iré a salvarla. ¿O hay algo que te lo impida?

La autenticidad de su testimonio. Nicholai no había sido muy franco con su historia y no dudaba de que Maurice pudiera intuirlo. No obstante, decidió aferrarse a ella hasta las últimas consecuencias y luego rogar a sus propios dioses para que le alcancen suerte y armar un plan. Por tanto, negó con su cabeza ante la mirada inquisitoria del vampiro, quien apurando unos billetes bajo el vaso se levantó.

- Os pido que me otorguéis clemencia, mi señor. No supe cumplir ninguno de vuestros dos encargos.

Otra mentira. Había cuidado de Neredyl como si fuera suya, tal cual Maurice se lo emplazó. Designándose emperador, la manejó a su antojo, conduciéndola finalmente a una guerra sin revancha. Igualmente lo hizo con Guillermina, atrayéndola hacia él y convirtiéndola en su esposa, despojándosela. Verdaderamente Nicholai no había fallado en su misión; por el contrario, la tomó muy en serio.

- Volveré en un mes y tendrás la oportunidad de resarcirte. Mientras, haz lo que te exijo y serán mis dioses los que te ayuden de encontrarte en peligro.

Arregló su capa y su sombrero, tomando con sus manos un artefacto parecido a un bastón. El hechicero lo observó con recelo, suponiendo que el mismo servía para ocultar su espada. Podía quitárselo ahí mismo y usarla contra él; si las leyendas eran ciertas, aquel filo se constituía en el único medio de acabar con la existencia de Maurice de Eysteinsson, pero de ser falsas…

Resistiendo la dulce tentación, extendió su mano hacia él, esperando que su saludo le fuera devuelto, cuando se vio abrasado por un cálido beso en su mejilla.

- ¿Puedo confiar en vos, hermano? – escuchó en su oído, y la entonación usada por el vampiro le heló hasta el último de sus huesos.
- Sí. – firme respondió.
- No me falléis, es lo único que realmente os pido.

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sábado, 7 de noviembre de 2009

The Prestige (Capítulo VI)

VI


De Las Trampas Engañosas


Despojados de introducción alguna, las fétidas sonrisas se desvanecieron en el aire, sujetas al compás de la pequeña orquesta que galardonaba el misterio. Maurice inclinó su cabeza hacia abajo, en gesto galante y de enjuta cortesía, que fue tomado por Nicholai como un despropósito muy natural del vampiro: “saluda a tu enemigo como si fueras su máximo deudor y entonces su perspectiva fluctuará al querer cobrarte el compromiso”. El hechicero se acordaba de cada una de sus lecciones y sus enseñanzas; aun así, acusó un esmirriado torcer de sus labios y dirigió su mirada al público presente.

- El caballero me ayudará a mostrarles lo que se oculta bajo la tela. – ferviente les dijo.

Parecía ser un objeto, de un metro y medio de alto, que se encontraba tapado bajo un trozo de seda roja. Nicholai le pidió a Maurice que lo destapara, y este lo hizo, revelando un espejo de bella contextura. Límpido y de buen cristal, estaba enmarcado por ribetes de oro y plata, que destellaban por encima de las luces del escenario.

- Si fuera tan amable – continuó hacia el vampiro – ¿podría rotarlo hacia nuestros invitados?
- Como no… - y se encogió de hombros detentando un tono de voz sardónica - …pero recuerde que yo soy uno de ellos también, no sea cosa que nos piensen confabulados…

Breshkov rió, alentando a los presentes a hacerlo también, festejando la broma de, quien estaba seguro, se convertiría en su oponente en poco tiempo más. Lo esperaba con ansias; en alguna parte de sí mismo aguardaba el enfrentamiento. No obstante, su conocimiento sobre la persona de Maurice le hacía intuir que no le regalaría el encuentro. Lo haría desear, como un perro atado a su cucha, que puede oler el hueso pero no puede darle caza.

Al dar vuelta el espejo, se pudo notar que no guardaba ningún secreto ni puertas disimuladas a la vista de la gente común. Aun así, el vampiro supuso que a Nicholai se le estaba agotando el ingenio; el truco era más viejo que las Ciudades Púrpuras y bastaba con un poco de magia básica para cumplir el objetivo.

El mismo se arrojó a continuación. Nicholai prometió traspasar por el cristal a su ayudante ocasional y asimismo regresarlo pasados unos minutos. También agregó, a fin de hacer más interesante la propuesta, que el lugar donde permanecería el desgraciado, durante el tiempo que durara la diversión, se trataba del ardiente averno y que el eje entre el espejo y el teatro era un pasaje a otra dimensión.

Con su público cautivado y algo nervioso ante la novedad, se dispuso a dar rienda suelta a su espectáculo. Cerró sus ojos y elevó sus manos hacia el objeto de fascinación. Luego comenzó a recitar unas palabras, que carecían de sentido para todos, salvo para Maurice. Eran los versos de un ritual no muy antiguo pero sí muy efectivo, que brindarían lo necesario para crear la ilusión proferida.

No abriría pasajes ni condenaría almas al infierno; de todos modos, cuando el espejo empezó a sonar y a vibrar, cambiando apenas su forma, la excitación del auditorio sobrepasó la euforia y Maurice hizo lo suyo adentrándose por el supuesto portal.

Podría ser una trampa. Quizás, la mejor de todas ellas. Pero al hallarse en una habitación oscura, de madera y provista de muebles sencillos, Maurice supo que no había de que preocuparse por ahora. Estaba en el sótano, y en cualquier momento se abriría la portilla que lo llamaría a presentarse, recibiendo Nicholai finalmente los aplausos merecidos.

- ¿Y si le arruino el truco? – pensó, con malicia sofisticada y divertida. Sonrió resignado, sentándose sobre un bulto lleno de polvo y polillas. – Oh, hermano, eres tan predecible como yo.

Sin embargo y tras ello, salió de sus labios un sonido casi inaudible, cargado de una profunda perturbación y hesitación. Una lánguida efigie, nada clara al principio y muy familiar después, se le acercó errante, manteniéndose una distancia prudencial.

- ¡Ayúdame, Maurice! Me ha tomado prisionera. ¡Ayúdame!
- ¿Guillermina?

Al final, se sintió como en el mismísimo infierno una vez que se hubo precipitado hacia la imagen y esta se evaporó, dejando tras sí el aroma de su perfume.

- Maldito seas, Nicholai… ¡maldito seas! – gruñó apretando sus dientes y al mismo tiempo su puño, al instante en que una luz proveniente desde el techo convocó su ascenso.

Tranquilizó sus deseos contradictorios de liquidarlo. Una de sus razones era que no se vería bien ese asesinato ante el Príncipe, y no solo comenzaría a ser buscado por vampiros sino también por políticos. De todos modos, la más importante partía de la base que sin el hechicero no sabría por donde buscar a su amada.

Una lógica pura y maligna, que le obligó a sonreír al presentarse nuevamente en el escenario.

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sábado, 31 de octubre de 2009

The Prestige (Capítulo V)

V

De La Desilusión


Y Maurice lo escuchó declararse cortés y ceremonial ante la presencia del príncipe. Apreció sus reverencias tan falsarias como oportunas. Y una vez que hubiera acudido el silencio a aquel recinto, supo que comenzaría el verdadero espectáculo.

Si el alma de su adversario era hechicera como decía – y como así lo hubiere demostrado en más de una ocasión – tendría que haberlo sentido, percibido como uno más dentro del salón. Aun así, todavía no hubo acuse de encuentro, ni miradas sorpresivas, ni refulges de desdén. Maurice aguardaba al pedido de Nicholai, ese del cual tantas veces había participado. Fingiendo elegir una persona entre el público, su hoy enemigo lo solía señalar en otras épocas para que lo acompañara y lo auxiliara con su truco; porque era eso, nada más que un truco practicado en cierne, algo fácil y de próximo crepúsculo ante los tiempos venideros. No obstante, en Maurice se batía una esperanza mayor, cual quedó truncada y esparcida bajo las luces ya tenues de la estancia. Un hálito de rabia apresurada recorrió sus ojos y, por un momento, sintió que debía atravesar el espacio de un salto para despojar de un solo movimiento la vida de quien, a su juicio, ya no la merecía. La mujer que presentaba como su ayudante ni siquiera se le parecía. Ni las pupilas del otoño ni el aroma a café que desprendían los cabellos de su amada guardaban alguna relación con los de tal mujer. Inmediatamente, un gran cúmulo de dudas se adueñó de su mente y de su corazón. ¿Y si hubieran sido mentira las imágenes de aquel espejo? ¿Y si nada de verdad guardaban las palabras del Oráculo, de quien, sus consejos lo habían desterrado de su creencia más absoluta?¿O qué tal si quizás era otra partida de los Dioses Superiores, y Nicholai y Maurice se habían convertido en sus piezas – y marionetas – de una nueva conspiración? ¿Guillermina sería otra víctima de aquel juego? ¿De los Dioses o del mismo Nicholai? ¿Lo habría realmente traicionado o él la había obligado a hacerlo?
Como buen descendiente de guerreros, despejó su cabeza de aquellas terribles incertidumbres y se preparó para descubrirlo. En cuanto Breshkov pidió colaboración entre los contertulios de la noche, Maurice alzó su mano, como uno más, separándose apenas de su asiento. Entonces ocurrieron las sorpresas y los fulgores. Nicholai no tardó en ubicarlo, sintiendo una punzada en su estómago y un repentino malestar general, del que tuvo que sobreponerse por pura necesidad. Nicholai lo creía muerto, y ahora Maurice estaba allí, casi de pie, esperando su invitación al escenario.Dubitativo, lo recordó y eligió la mejor opción. Sabía que el gran vampiro hasta podría acarrearle un beneficio a la función y quedar como el mejor de los magos actuales a la vista del Príncipe Eduardo. Su sabiduría sobre Maurice de Eysteinsson era tan vasta y tan amplia, como para concluir en que éste no incurriría en ningún movimiento maligno hacia su persona. En el fondo, lo creía débil, falto de arrojo y de osadía, tanto para gobernar un imperio como para ponerle fin a su vida. El Imperio, del que tantas veces se soñó al frente y el que no pudo tener, gracias a la vil desdicha de la fidelidad. Ese imperio que debió haber sido suyo, pero que al poco tiempo de la partida de Maurice hacia las recientes revoluciones en Francia, supo que no iba a serle fácil conquistarlo. Empresa espinosa, por la lealtad que los súbditos, amigos, lugartenientes y servidores de Maurice aun le mantenían por más que éste ya no estuviera. Nicholai habría actuado como regente, pero no era el Emperador. Contrariamente a hoy, en ese entonces no tuvo opción. Limitado de poder y presionado por las políticas en sus planes de liderazgo, decidió convocar a los pocos que le ofrecían su apoyo y su probidad, desataron una guerra y prontamente el castillo – tanto como el imperio – se abrigaron por las llamas de la decadencia. De ello, solo quedaban cenizas que flotaban en el viento, denso y austero, que a veces, en forma de escalofrío, lo tomaban desprevenido. Así y al igual, mientras Maurice caminaba por el pasillo alfombrado en carmesí y su capa le otorgaba el porte señorial del que, aunque muchas veces ha querido, nunca podía desprenderse.

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sábado, 24 de octubre de 2009

The Prestige (Capítulo IV)

IV

De La Ansiedad


Harwich, Febrero de 1791


El Fantástico Minervin. En las calles, los canillitas lo anunciaban con fervor. Los oportunistas, con la exacta pronunciación para revender sus entradas a un precio mayor. Pero una cosa sí era cierta: esta noche se presentaría en el Scciavo, uno de los teatros más importantes del lugar.

Maurice dobló por una esquina y se presentó en la taquilla.
- Un boleto, por favor.
El empleado lo observó, de arriba abajo.
- ¿Juzgará a un hombre por sus ropas?

Todavía se encontraba renuente a vendérsela, cuando decidió darle forma a una nueva soflama.
- Puedo venir de muy lejos, pueden haberme robado en el camino, despojado de mi atuendo y presentarme aquí pidiéndole una rebaja, regateando el valor de una platea popular exponiéndole mi desgracia y apelando a su buena voluntad. O también puedo ser un ladrón vulgar, quien se ha hecho de la cartera de un señor, solo para sentirme uno accediendo al privilegio de ver una obra en las alturas. Queda en usted entonces la elección de perder el tiempo conmigo solo por el valor de mi traje, retrasando a los demás espectadores que desean concurrir o tomar el dinero correspondiente a un palco preferencial y esperar de su juicio la fortuna de verme esta noche entrar vestido como la gala lo amerita.
Siendo el parafrasear una de sus mejores habilidades, finalmente obtuvo su entrada más un saludo cordial recordándole la hora de inicio del espectáculo.
Sastre de último minuto. Eso sí era novedoso, pero al menos Maurice dispondría de un chaleco y saco de pana, con sombrero y zapatos en composé. De su reloj de bolsillo, miró la hora. Marcaban las ocho, por lo que buscaría hospedaje después. En su interior, la ansiedad era sofocada por la ceremonial al ajustar su chaleco sobre los tiradores. Los gemelos a su camisa. Los finos mocasines que lo hicieron mirar al suelo.
En su interior también sentía que nada sería igual por la madrugada.
- Su ticket, señor. – le pidieron a la entrada. El vendedor de la tarde lo miraba desde la taquilla con recelo. Pocas veces había tenido la oportunidad de ver a una persona tan bien vestida. ¡Y con lo diferente que se mostraba hace horas!
Maurice lo saludó con un gesto suave y distinguido. No iba a dejar pasar la oportunidad de hacerlo sentir mal por sus prejuicios.
El acomodador lo escoltó hasta su palco. El camarero le traería en breve una copa, según sus propias palabras. Ajustó sus binoculares, más acorde al resto de los contertulios que a su propia vista. El no necesitaba de ningún elemento extra que le acercara la verdad. Poco a poco, algunas luces redujeron su intensidad. Otro fenómeno por sí mismo, pensaba Maurice. Electricidad… ¿y después qué vendría? Asimismo, se puso de pie junto a los demás y aplaudió. El teatro agradecía la visita del príncipe Eduardo, y si bien a él poco le importaba, no quería llamar la atención quedándose sentado. Entonces, y por primera vez en muchos meses, obtuvo una maravillosa sensación. La satisfacción al hallar lo buscado y lo perdido, agravada por la inherente vehemencia de tener soberanía sobre el destino ajeno y ser él quien otorgara o denegara la clemencia al morir de las horas.
El Fantástico Minervin apareció en el escenario, o como él prefería llamarlo, Nicholai Breshkov, su nuevo trofeo de caza. Hoy, su mejor enemigo.

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sábado, 17 de octubre de 2009

The Prestige (Capítulo III)

III

De La Oportunidad


La luz del sol no lastimaba sus ojos. De hecho, se planteó que jamás la había sentido muy fuerte como para entrecerrarlos. Esta mañana no fue la excepción, dado que lo que pudo divisar al despertar fue la silueta de aquella mujer, la de anoche, la que le había dejado una intriga, y si bien usaba otro vestido, esto no se lo resolvía.

- Buenos días, señor. Aquí le dejo sus huevos.
- Gracias, pero se los cambio por el café.

Se desperezó con lentitud, casi tranquilo, sacudiendo su camisa de los restos de paja.
- Hay un pequeño río cerca. Puede bañarse ahí si lo desea.
- No es necesario.
Le sonrió apenas. Maurice sabía que ella podría notarlo aun estando ciega.
- ¿Los está buscando?
- ¿A quiénes? – respondió neutral.
- A los magos. Ha formulado muchas preguntas para ser solo un hombre de paso.
- Me causaron curiosidad. ¿Nunca le ha sucedido?
- A mi edad ya he dejado de cuestionarme lo que no entiendo.
- Déjeme esa tarea para entonces preguntarle qué es lo que sabe sobre ellos.
- Son solo dos. Pasaron por aquí. Durmieron una noche. El es más reservado que ella; parecen amables de todos modos… pero no son franceses, ninguno de ambos. En cambio, usted sí lo es.
- ¿Tanto se me nota? – y rió suave.
- Unas leves notas en el fondo de su voz lo delatan. No debería ocultarlo, que el fanatismo patriótico es para los ignorantes.
- Y me lo dice una irlandesa…
Tal como había arreglado ayer, el cochero lo esperaba en la puerta del hostal. Maurice caminó hasta el carruaje con el mismo ritmo cansado de estos últimos días, pero con una nueva actitud.
- Iremos a Harwich.
Las riendas pegaron sobre el lomo de los animales y las ruedas comenzaron a moverse.

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lunes, 12 de octubre de 2009

Premio en Mundo Romance


Muchísimas gracias a las chicas de Mundo Romance por el Premio Nuevas Amigas!!!

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sábado, 10 de octubre de 2009

The Prestige (Capítulo II)

II

De La Senda Indicada


El cochero tiró de las cuerdas, deteniendo a sus caballos a pocos metros de la entrada. Bajó sobre el barro de un sendero de tierra a fin de abrir el carruaje, del cual descendió Maurice confiriéndole una buena propina.

- Ya puede volver a su casa. Por el día de hoy, no haremos mas paradas.
- Gracias, señor.
El relincho marcó la despedida y la soledad momentánea con la que el paraje se cubrió. La noche estaba próxima, a pocos minutos del atardecer más calmo que hubiera vivido en los últimos meses. Tanto que esperó a que el sol fuera tragado por la línea del horizonte antes de pasar por la única puerta de madera de aquella calleja.
Nada especial. Ningún aroma extraño, ningún recuerdo espontáneo. Era un sencillo hostal de ruta, rústico y empobrecido, en el que probablemente descansaban otros hombres como él, con la necesidad de continuar el camino al otro día.
- No hay vacantes. – leyó para sí de un cartel que lo anunciaba en el mostrador vacío. De todos modos, tocó la campanilla. Una mujer apareció, con un vestido viejo y manchado, su pelo recogido y un pañuelo tapando sus ojos.
- Ya no tenemos habitaciones, señor.
- ¿Cómo sabe que lo soy?
- El instinto es un buen amigo de la ceguera.
- Y de la obviedad. No muchas serán las damas que lleguen hasta aquí.
- Ni tampoco hombres como usted. ¿Qué es de un noble sin compañía por estas tierras?
Enseguida, el barullo proveniente del fondo cesó. Los pocos forasteros que se agolpaban en la pequeña taberna del hostal debieron haber escuchado a la mujer.
- Me gustaría saber qué es lo que se lo hace pensar, pero si eso le sirve de garantía para al menos brindarme su establo por esta noche, se lo agradeceré.
- Dormirá sobre la paja.
- ¿Cuánto le debo?
- Diez peniques y le haré huevos en el desayuno.
Al atravesar el recinto principal se sintió observado. Sus ropas denotaban linaje, por más que hubiera querido cubrirlas bajo su abrigo raído y comido por las ratas, anterior propiedad de un linyera. Resolvió cambiárselas en cuanto pudiera. Sin embargo, ningún tapado podría a ella ocultarle su presencia, su estigma, su aura. Para ello debía esforzarse más. Las conversaciones no tardaron en reanimarse. Siguieron con sus cánticos y esas palabras carentes de lógica que suelen profesar los borrachos. Uno en especial, se balanceaba arriba de su silla cuando Maurice pasó y los oyó.
- ¡Y ahora desapareceré con tan solo un brinco!
- Te matarás…
Poco duró el beodo en su asiento; en efecto y como lo hubiere anunciado, saltó hacia atrás golpeándose contra el suelo. Luego, estallaron las carcajadas de sus compañeros.
- ¡Vean al Fantástico Minervin por veinte peniques la entrada y una jarra de cerveza!
Maurice aun les prestaba atención cuando uno de ellos lo miró.
- ¿Quiere colaborar, amigo?
- Les compraré una jarra a cada uno si me cuentan porqué lo llamaron así. – dijo, ayudando al caído a reincorporarse.
- Por la atracción del momento… no eres de aquí, ¿no?
- Eso es cierto.
- Primero que nos pague y luego hablamos.
Maurice sonrió y le indicó al mesero su pedido con la oferta.
- ¿Satisfechos caballeros?
Tobías, como así se llamaba el más entusiasta – y el que por lo pronto se encontraba mas sobrio – le explicó entre sorbos que se trataba del nombre de un mago nuevo en la ciudad, que junto a su joven asistente femenina, sorprendían con trucos muy modernos y avanzados, manteniendo fascinado al pueblo entero.
- ¿Cuándo volverán a presentarse?
- Parece que en Harwich, pasado mañana, a pedido del Príncipe Eduardo… al menos así dicen…
- ¿De dónde son?
- No se sabe…
- ¡De Londres! – gritó una persona que no estaba en esa mesa. – De allí provienen todos los magos.
- Yo los vi. – acusó otro, con voz grave y creando misterio, quien se acercó. – La chica que lo acompaña dice "oui" y "s'il vous plait" entre sus actos… deben ser dos perros franceses que escaparon de la revolución y vienen a robar a Inglaterra.
A pesar del patriotismo desbordado, Maurice había recibido su primer indicio importante.
- De Benfleet. – ultimó la señora del lugar con determinación. – Allí se presentaron por primera vez. Y a menos que de verdad estén huyendo, todos los actos empiezan por casa.
De pronto apagó las luces y les recomendó a todos que se fueran a dormir. El acató la directiva en silencio, haciendo oídos sordos a los reclamos y a las quejas por haber cerrado el bar tan temprano. Salió del hostal dirigiéndose al establo, donde cerró sus ojos al apenas apoyarse sobre la paja.

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sábado, 3 de octubre de 2009

The Prestige

Título de la Historia: The Prestige
Capítulo I: De La Palabra
Saga: Unquote
Ubicación Histórica: Londres, año 1791

I

De La Palabra

Londres – Enero 1791

El lo vio acercarse, con paso definido, firme. Seguro. Tanto que podría haber afirmado que se convertiría en su centro de atención. Pese a esto, su prioridad fue la de levantar el vaso de cerveza y llevárselo a sus labios.

El Patio del Gideon parecía ser un gran punto de encuentro para la aristocracia de Londres y pocas eran las tardes tristes, desprovistas del brillo de aquellos nuevos ilustres de la posmodernidad; salvo la de hoy, en la cual la lluvia estorbaba cualquier ambición.

- ¿Señor Maurice de Eysteinsson?

Lo sorprendió. Pocos conocían su verdadero apellido, sin embargo, no quiso demostrarlo; solo estiró apenas el arco de su ceja izquierda bajando la cerveza a la mesa.

- Quién.
- Reynald Jones. ¿Me permite sentarme?

Con probabilidad, el hombre lo dijo por cortesía, dado que no esperó ningún tipo de respuesta antes de tomar asiento y hacerle una señal al mesero para que lo atendiera.

Maurice suspiró. Últimamente, lo hacía a menudo, sin interés, sin pretensiones. Carente de satisfacción.

Mientras duró su descanso lo estudió. Ni aun con esos zapatos finos, de taco macizo, superaba el metro ochenta de estatura. Negro era su cabello, como los residuos del carbón. Ojos color del tiempo, aunque de esto se percató después de apreciar su aura. Versátil, movediza, inquieta. Sucia. En perfecta contraposición con el aspecto tan pulcro y sereno que expresaba. También reconoció el nombre. Reynald Jones, Gran Maestre de la Gran Logia de Londres. Era un hombre importante, pero seguramente no lo suficiente como para cambiarle la vida.

- ¿En qué puedo ayudarle? – preguntó Maurice, con desgano cargante, una vez que el mozo llenara los dos vasos.
- Yo venía a ayudarle a usted, pero puedo aceptarle la oferta.

La desconfianza ya no formaba parte de su vocabulario ni de su acción. Sencillamente, había dejado de provocar a la intención para creer.

Aun así, sonrió por severa costumbre.

- Si yo le doy… usted me da…
- Mírelo al revés y dígame si no tiene otro color.
- ¿Azul?
- Gris. Al menos hasta que le cuente de qué se trata esto.

Canalla, pensó. El hombre era un perfecto canalla distinguido que disfrutaba del disimulo. Le gustó.

- Nicholai Breshkov, Guillermina de Bourbon. Los está buscando.

Directo. Sin vueltas. No hubo introducciones tediosas ni prólogos sarcásticos. El hombre podría haber jugado con su desgracia, relamerse en ella para obtener una ventaja; de hecho, aparentaba ser de esos que lo hacían seguido, pero no. Sin dudas, a cambio buscaba algo importante.

- Es verdad, pero posiblemente ya estén muertos.
- No lo están.
- Qué pena.
- Me gustaría su desinterés si tan solo fuera cierto.

Los había dejado de buscar hacía un mes, luego de comprobar que la desesperación existe y que la misma es la peor enemiga de la paciencia. Tras un siglo junto a él, Guillermina, su mujer, ese tesoro protegido bajo las siete llaves de su corazón, se había ganado un lugar a su lado, y dentro suyo, su seguridad, su amor. Su segundo y único amor hasta que en un fatídico día la realidad se le estrelló contra un espejo. Nicholai, su mejor amigo y hermano, su pura confianza, había aprovechado su ausencia para conquistarla, y conseguido el propósito, ambos habían escapado antes de su llegada, no sin antes arrebatarle sus últimas posesiones del imperio que ya no era.

- Si su demanda comprende solo una pista, no pierda su tiempo en vendérmela. No hay opción de que vuelva a comprar.

Reynald retiró su sobretodo hacia atrás, aun el frío que podía producirle dicha acción en la época del año en la que estaban. Maurice observó tales movimientos, especialmente los de las manos, cuales retiraron algo parecido al papel de un pergamino doblado en cuatro; mismo que le fuera entregado.

Lamentablemente no pudo fingir la sensación que le produjo leerlo. Amargura. Terrible desazón que le quedó franqueada en la garganta.

- Siga leyendo y obtendrá el cincuenta por ciento de lo que necesita para concluir con su trabajo.

Bajo las formalidades plasmadas, figuraba el lugar y la fecha en donde aquellos dos habían firmado, haciendo efectiva la unión en matrimonio.

- Maldon, Essex, 11 de Diciembre de 1790… - leyó Maurice bajo parsimonia controlada.

Acabó su cerveza y limpió sus labios con los dedos.

- Ahora dígame usted que es lo que necesita para completar el otro cincuenta por ciento.
- Algo de determinación.

El señor Jones se dispuso a confiarle su propia historia de vida. Sus logros y conquistas, con modestia. Sus fallas y fracasos, con sinceridad. Su pena actual, con oculta tristeza, como la cuentan los hombres. Su esposa, Caroline, había contraído la peste amarilla, por lo que su juventud se fue apagando y ahora, tanto a él como su hijo, solo les quedaba esperar.

Al finalizar, tan solo bastó una mirada y un gesto para que Maurice comprendiera el objeto de la propuesta. Escéptico como pocos, rió con garbo.

- No me malinterprete, no me jacto de su sino y menos del de su mujer. Sin embargo, no me convertiré en un verdugo solo porque usted no acepta los designios de la muerte.
- ¿Usted los entiende?

Quinientos años y todavía no estaba conforme con las explicaciones encontradas.

- ¿Usted los entenderá? – escuchó nuevamente.

Por un momento, se preguntó a qué se refería, hasta que imaginó el después. El final de su búsqueda. Su propio mañana.

- Sólo dígame cómo puedo compensarle la información que ya me ha brindado y lo haré.
- Tome el juramento masónico y quedaremos a mano.
- Que así sea entonces.

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And So It Begins...

Buenas tardes (o días, o mañanas, o noches) a todos. Quisiera inaugurar esta página con una pequeña historia de la vida pasada (quizás muy pasada) de uno de mis personajes principales (y que tambien adoro, personalmente), y decirles que ya vendrá un tiempo donde leerán más de él (muy probablemente en Improvised Chronicles)...

En fin, basta de presentaciones. Publicaré un capítulo por semana los días sábados. En la nueva entrada podrán disfrutar (o no, claro) de la historia.

Muchas gracias.

PD: Todas las historias que publicadas o que se publiquen de ahora en adelante aquí estan registradas en la Dirección Nacional del Derecho de Autor (República Argentina) bajo el legajo (expediente) nº 782254.

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miércoles, 2 de septiembre de 2009

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