sábado, 7 de noviembre de 2009

The Prestige (Capítulo VI)

VI


De Las Trampas Engañosas


Despojados de introducción alguna, las fétidas sonrisas se desvanecieron en el aire, sujetas al compás de la pequeña orquesta que galardonaba el misterio. Maurice inclinó su cabeza hacia abajo, en gesto galante y de enjuta cortesía, que fue tomado por Nicholai como un despropósito muy natural del vampiro: “saluda a tu enemigo como si fueras su máximo deudor y entonces su perspectiva fluctuará al querer cobrarte el compromiso”. El hechicero se acordaba de cada una de sus lecciones y sus enseñanzas; aun así, acusó un esmirriado torcer de sus labios y dirigió su mirada al público presente.

- El caballero me ayudará a mostrarles lo que se oculta bajo la tela. – ferviente les dijo.

Parecía ser un objeto, de un metro y medio de alto, que se encontraba tapado bajo un trozo de seda roja. Nicholai le pidió a Maurice que lo destapara, y este lo hizo, revelando un espejo de bella contextura. Límpido y de buen cristal, estaba enmarcado por ribetes de oro y plata, que destellaban por encima de las luces del escenario.

- Si fuera tan amable – continuó hacia el vampiro – ¿podría rotarlo hacia nuestros invitados?
- Como no… - y se encogió de hombros detentando un tono de voz sardónica - …pero recuerde que yo soy uno de ellos también, no sea cosa que nos piensen confabulados…

Breshkov rió, alentando a los presentes a hacerlo también, festejando la broma de, quien estaba seguro, se convertiría en su oponente en poco tiempo más. Lo esperaba con ansias; en alguna parte de sí mismo aguardaba el enfrentamiento. No obstante, su conocimiento sobre la persona de Maurice le hacía intuir que no le regalaría el encuentro. Lo haría desear, como un perro atado a su cucha, que puede oler el hueso pero no puede darle caza.

Al dar vuelta el espejo, se pudo notar que no guardaba ningún secreto ni puertas disimuladas a la vista de la gente común. Aun así, el vampiro supuso que a Nicholai se le estaba agotando el ingenio; el truco era más viejo que las Ciudades Púrpuras y bastaba con un poco de magia básica para cumplir el objetivo.

El mismo se arrojó a continuación. Nicholai prometió traspasar por el cristal a su ayudante ocasional y asimismo regresarlo pasados unos minutos. También agregó, a fin de hacer más interesante la propuesta, que el lugar donde permanecería el desgraciado, durante el tiempo que durara la diversión, se trataba del ardiente averno y que el eje entre el espejo y el teatro era un pasaje a otra dimensión.

Con su público cautivado y algo nervioso ante la novedad, se dispuso a dar rienda suelta a su espectáculo. Cerró sus ojos y elevó sus manos hacia el objeto de fascinación. Luego comenzó a recitar unas palabras, que carecían de sentido para todos, salvo para Maurice. Eran los versos de un ritual no muy antiguo pero sí muy efectivo, que brindarían lo necesario para crear la ilusión proferida.

No abriría pasajes ni condenaría almas al infierno; de todos modos, cuando el espejo empezó a sonar y a vibrar, cambiando apenas su forma, la excitación del auditorio sobrepasó la euforia y Maurice hizo lo suyo adentrándose por el supuesto portal.

Podría ser una trampa. Quizás, la mejor de todas ellas. Pero al hallarse en una habitación oscura, de madera y provista de muebles sencillos, Maurice supo que no había de que preocuparse por ahora. Estaba en el sótano, y en cualquier momento se abriría la portilla que lo llamaría a presentarse, recibiendo Nicholai finalmente los aplausos merecidos.

- ¿Y si le arruino el truco? – pensó, con malicia sofisticada y divertida. Sonrió resignado, sentándose sobre un bulto lleno de polvo y polillas. – Oh, hermano, eres tan predecible como yo.

Sin embargo y tras ello, salió de sus labios un sonido casi inaudible, cargado de una profunda perturbación y hesitación. Una lánguida efigie, nada clara al principio y muy familiar después, se le acercó errante, manteniéndose una distancia prudencial.

- ¡Ayúdame, Maurice! Me ha tomado prisionera. ¡Ayúdame!
- ¿Guillermina?

Al final, se sintió como en el mismísimo infierno una vez que se hubo precipitado hacia la imagen y esta se evaporó, dejando tras sí el aroma de su perfume.

- Maldito seas, Nicholai… ¡maldito seas! – gruñó apretando sus dientes y al mismo tiempo su puño, al instante en que una luz proveniente desde el techo convocó su ascenso.

Tranquilizó sus deseos contradictorios de liquidarlo. Una de sus razones era que no se vería bien ese asesinato ante el Príncipe, y no solo comenzaría a ser buscado por vampiros sino también por políticos. De todos modos, la más importante partía de la base que sin el hechicero no sabría por donde buscar a su amada.

Una lógica pura y maligna, que le obligó a sonreír al presentarse nuevamente en el escenario.

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