sábado, 3 de octubre de 2009

The Prestige

Título de la Historia: The Prestige
Capítulo I: De La Palabra
Saga: Unquote
Ubicación Histórica: Londres, año 1791

I

De La Palabra

Londres – Enero 1791

El lo vio acercarse, con paso definido, firme. Seguro. Tanto que podría haber afirmado que se convertiría en su centro de atención. Pese a esto, su prioridad fue la de levantar el vaso de cerveza y llevárselo a sus labios.

El Patio del Gideon parecía ser un gran punto de encuentro para la aristocracia de Londres y pocas eran las tardes tristes, desprovistas del brillo de aquellos nuevos ilustres de la posmodernidad; salvo la de hoy, en la cual la lluvia estorbaba cualquier ambición.

- ¿Señor Maurice de Eysteinsson?

Lo sorprendió. Pocos conocían su verdadero apellido, sin embargo, no quiso demostrarlo; solo estiró apenas el arco de su ceja izquierda bajando la cerveza a la mesa.

- Quién.
- Reynald Jones. ¿Me permite sentarme?

Con probabilidad, el hombre lo dijo por cortesía, dado que no esperó ningún tipo de respuesta antes de tomar asiento y hacerle una señal al mesero para que lo atendiera.

Maurice suspiró. Últimamente, lo hacía a menudo, sin interés, sin pretensiones. Carente de satisfacción.

Mientras duró su descanso lo estudió. Ni aun con esos zapatos finos, de taco macizo, superaba el metro ochenta de estatura. Negro era su cabello, como los residuos del carbón. Ojos color del tiempo, aunque de esto se percató después de apreciar su aura. Versátil, movediza, inquieta. Sucia. En perfecta contraposición con el aspecto tan pulcro y sereno que expresaba. También reconoció el nombre. Reynald Jones, Gran Maestre de la Gran Logia de Londres. Era un hombre importante, pero seguramente no lo suficiente como para cambiarle la vida.

- ¿En qué puedo ayudarle? – preguntó Maurice, con desgano cargante, una vez que el mozo llenara los dos vasos.
- Yo venía a ayudarle a usted, pero puedo aceptarle la oferta.

La desconfianza ya no formaba parte de su vocabulario ni de su acción. Sencillamente, había dejado de provocar a la intención para creer.

Aun así, sonrió por severa costumbre.

- Si yo le doy… usted me da…
- Mírelo al revés y dígame si no tiene otro color.
- ¿Azul?
- Gris. Al menos hasta que le cuente de qué se trata esto.

Canalla, pensó. El hombre era un perfecto canalla distinguido que disfrutaba del disimulo. Le gustó.

- Nicholai Breshkov, Guillermina de Bourbon. Los está buscando.

Directo. Sin vueltas. No hubo introducciones tediosas ni prólogos sarcásticos. El hombre podría haber jugado con su desgracia, relamerse en ella para obtener una ventaja; de hecho, aparentaba ser de esos que lo hacían seguido, pero no. Sin dudas, a cambio buscaba algo importante.

- Es verdad, pero posiblemente ya estén muertos.
- No lo están.
- Qué pena.
- Me gustaría su desinterés si tan solo fuera cierto.

Los había dejado de buscar hacía un mes, luego de comprobar que la desesperación existe y que la misma es la peor enemiga de la paciencia. Tras un siglo junto a él, Guillermina, su mujer, ese tesoro protegido bajo las siete llaves de su corazón, se había ganado un lugar a su lado, y dentro suyo, su seguridad, su amor. Su segundo y único amor hasta que en un fatídico día la realidad se le estrelló contra un espejo. Nicholai, su mejor amigo y hermano, su pura confianza, había aprovechado su ausencia para conquistarla, y conseguido el propósito, ambos habían escapado antes de su llegada, no sin antes arrebatarle sus últimas posesiones del imperio que ya no era.

- Si su demanda comprende solo una pista, no pierda su tiempo en vendérmela. No hay opción de que vuelva a comprar.

Reynald retiró su sobretodo hacia atrás, aun el frío que podía producirle dicha acción en la época del año en la que estaban. Maurice observó tales movimientos, especialmente los de las manos, cuales retiraron algo parecido al papel de un pergamino doblado en cuatro; mismo que le fuera entregado.

Lamentablemente no pudo fingir la sensación que le produjo leerlo. Amargura. Terrible desazón que le quedó franqueada en la garganta.

- Siga leyendo y obtendrá el cincuenta por ciento de lo que necesita para concluir con su trabajo.

Bajo las formalidades plasmadas, figuraba el lugar y la fecha en donde aquellos dos habían firmado, haciendo efectiva la unión en matrimonio.

- Maldon, Essex, 11 de Diciembre de 1790… - leyó Maurice bajo parsimonia controlada.

Acabó su cerveza y limpió sus labios con los dedos.

- Ahora dígame usted que es lo que necesita para completar el otro cincuenta por ciento.
- Algo de determinación.

El señor Jones se dispuso a confiarle su propia historia de vida. Sus logros y conquistas, con modestia. Sus fallas y fracasos, con sinceridad. Su pena actual, con oculta tristeza, como la cuentan los hombres. Su esposa, Caroline, había contraído la peste amarilla, por lo que su juventud se fue apagando y ahora, tanto a él como su hijo, solo les quedaba esperar.

Al finalizar, tan solo bastó una mirada y un gesto para que Maurice comprendiera el objeto de la propuesta. Escéptico como pocos, rió con garbo.

- No me malinterprete, no me jacto de su sino y menos del de su mujer. Sin embargo, no me convertiré en un verdugo solo porque usted no acepta los designios de la muerte.
- ¿Usted los entiende?

Quinientos años y todavía no estaba conforme con las explicaciones encontradas.

- ¿Usted los entenderá? – escuchó nuevamente.

Por un momento, se preguntó a qué se refería, hasta que imaginó el después. El final de su búsqueda. Su propio mañana.

- Sólo dígame cómo puedo compensarle la información que ya me ha brindado y lo haré.
- Tome el juramento masónico y quedaremos a mano.
- Que así sea entonces.

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