sábado, 31 de octubre de 2009

The Prestige (Capítulo V)

V

De La Desilusión


Y Maurice lo escuchó declararse cortés y ceremonial ante la presencia del príncipe. Apreció sus reverencias tan falsarias como oportunas. Y una vez que hubiera acudido el silencio a aquel recinto, supo que comenzaría el verdadero espectáculo.

Si el alma de su adversario era hechicera como decía – y como así lo hubiere demostrado en más de una ocasión – tendría que haberlo sentido, percibido como uno más dentro del salón. Aun así, todavía no hubo acuse de encuentro, ni miradas sorpresivas, ni refulges de desdén. Maurice aguardaba al pedido de Nicholai, ese del cual tantas veces había participado. Fingiendo elegir una persona entre el público, su hoy enemigo lo solía señalar en otras épocas para que lo acompañara y lo auxiliara con su truco; porque era eso, nada más que un truco practicado en cierne, algo fácil y de próximo crepúsculo ante los tiempos venideros. No obstante, en Maurice se batía una esperanza mayor, cual quedó truncada y esparcida bajo las luces ya tenues de la estancia. Un hálito de rabia apresurada recorrió sus ojos y, por un momento, sintió que debía atravesar el espacio de un salto para despojar de un solo movimiento la vida de quien, a su juicio, ya no la merecía. La mujer que presentaba como su ayudante ni siquiera se le parecía. Ni las pupilas del otoño ni el aroma a café que desprendían los cabellos de su amada guardaban alguna relación con los de tal mujer. Inmediatamente, un gran cúmulo de dudas se adueñó de su mente y de su corazón. ¿Y si hubieran sido mentira las imágenes de aquel espejo? ¿Y si nada de verdad guardaban las palabras del Oráculo, de quien, sus consejos lo habían desterrado de su creencia más absoluta?¿O qué tal si quizás era otra partida de los Dioses Superiores, y Nicholai y Maurice se habían convertido en sus piezas – y marionetas – de una nueva conspiración? ¿Guillermina sería otra víctima de aquel juego? ¿De los Dioses o del mismo Nicholai? ¿Lo habría realmente traicionado o él la había obligado a hacerlo?
Como buen descendiente de guerreros, despejó su cabeza de aquellas terribles incertidumbres y se preparó para descubrirlo. En cuanto Breshkov pidió colaboración entre los contertulios de la noche, Maurice alzó su mano, como uno más, separándose apenas de su asiento. Entonces ocurrieron las sorpresas y los fulgores. Nicholai no tardó en ubicarlo, sintiendo una punzada en su estómago y un repentino malestar general, del que tuvo que sobreponerse por pura necesidad. Nicholai lo creía muerto, y ahora Maurice estaba allí, casi de pie, esperando su invitación al escenario.Dubitativo, lo recordó y eligió la mejor opción. Sabía que el gran vampiro hasta podría acarrearle un beneficio a la función y quedar como el mejor de los magos actuales a la vista del Príncipe Eduardo. Su sabiduría sobre Maurice de Eysteinsson era tan vasta y tan amplia, como para concluir en que éste no incurriría en ningún movimiento maligno hacia su persona. En el fondo, lo creía débil, falto de arrojo y de osadía, tanto para gobernar un imperio como para ponerle fin a su vida. El Imperio, del que tantas veces se soñó al frente y el que no pudo tener, gracias a la vil desdicha de la fidelidad. Ese imperio que debió haber sido suyo, pero que al poco tiempo de la partida de Maurice hacia las recientes revoluciones en Francia, supo que no iba a serle fácil conquistarlo. Empresa espinosa, por la lealtad que los súbditos, amigos, lugartenientes y servidores de Maurice aun le mantenían por más que éste ya no estuviera. Nicholai habría actuado como regente, pero no era el Emperador. Contrariamente a hoy, en ese entonces no tuvo opción. Limitado de poder y presionado por las políticas en sus planes de liderazgo, decidió convocar a los pocos que le ofrecían su apoyo y su probidad, desataron una guerra y prontamente el castillo – tanto como el imperio – se abrigaron por las llamas de la decadencia. De ello, solo quedaban cenizas que flotaban en el viento, denso y austero, que a veces, en forma de escalofrío, lo tomaban desprevenido. Así y al igual, mientras Maurice caminaba por el pasillo alfombrado en carmesí y su capa le otorgaba el porte señorial del que, aunque muchas veces ha querido, nunca podía desprenderse.

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